domingo, 6 de febrero de 2011

Los engranes

En la noche, antes de dormir, escucha el ciudadano un ruido interminable. Es discreto, como el soplar de las hojas, mecánico, demente. Un rumor indescriptible, debajo de las calles, las tuberías, los cimientos de las viviendas. Bajo la tierra, en algún lugar donde los muertos esperan, hay movimiento.El ciudadano lo percibe, y de inmediato, el sudor impregna su frente.
Entonces el mundo no es nada. Terrible, la máquina clama con cada tic-toc su sangre. La batalla está perdida desde el momento de empezarla. Sin esperanza, el ciudadano se abandona a la angustia. Pareciera su cuerpo no responder a la necesidad, en el alma, de liberar un llanto.
Tic-toc. Casi puede sentir el frío entre los dientes. En la oscuridad, lentamente, se pierden las siluetas, las formas, los tamaños. Todo es absorbido por el vacío, donde sólamente el demoniaco sonido separa al ciudadano de la Nada.
Abre los ojos. Un reloj, en la pared, tic-toc. El engranaje infinito, terrible, de pronto se haya frente a sí, pequeño y temeroso. El ciudadano ha tomado el pequeño dispositivo entre sus manos. Tiembla. Su andar aún le amenaza, se retuerce, entre los dedos que, antes trémulos, han tomado una fuerza titánica. Levanta por encima de la nuca. Tic-toc. Crash. El ciudadano, al volver a su cama, de pronto duerme. Dios quiera que despierte, rabioso, al día siguiente.

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