sábado, 5 de febrero de 2011

El Río de Fuego

Puedo mirar desde un puente, en lo oscuro de la noche. Hace tiempo ya que no recorro este camino, pero es tranquilo. Bajo mí, infinito, créelo o no, una corriente de llamas, de colores rojo y blanco, resplandecía. Parecía no tener final, ni tampoco principio, y quizás esa fué la intención del Creador.
Río de temores, infundados muchos, terribles los menos, pero siempre vociferando. A pesar de su mancedumbre, hace un sonido ensordecedor por eso de las 6 de la tarde. Apesta, apesta a humo sintético, como lo es todo en estos días, pero es tan mágica la visión, que pareciera olvidar el hedor.
Río de dolor, discretos unos, otros insoportables, siempre encuadrados, por el infinito manchón de luces. Ruge, y el flujo va en ambos sentidos, como contradictorio sería el hecho de que tan impenetrable muralla, fuera alguna vez esperanza de mejorar la vialidad.
Río de almas, algunas con tedio, otras alegres, esperando llegar a sus casas por la corriente. Circuito de desvergonzada locura, que recorre la ciudad, en primer anillo, en torno al corazón.
El Río poco a poco perderá su color y vida, conforme la noche avance.
La Ciudad Extravagante bendecirá al Rïo de Fuego, infinito, que nace y muere en todos sus puntos, o en ninguno.
El que habita en nuestro lugar, ilústrelo. Será interesante

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