domingo, 13 de febrero de 2011

El Ejército en Llamas

Sucedió que la Ciudad, siempre impávida y eterna, fué invadida por fantasmas. En sus caras no había odio. En sus ojos no había rabia. Sólo truenos en sus voces y fulgor en sus espadas.
Su ataque intempestivo no robó ninguna vida. No dejó virtudes rotas, ni quebró a una familia. Sus acciones militares siempre fueron fulminantes, mas no fueron saqueadores, fueron poco militares. El Ejercito de Fuego, victorioso nunca antes.
Ciudadanos temerosos, de turquesa en las entrañas, no temían a lo obscuro, no temían a las guadañas. Todo el tiempo descubrieron la tibieza de las almas. Vieron números y formas, matemáticas y tablas, y al final de sus cantares no había coplas solitarias. Solo métrica medida en con el peso y con la masa.
El Ejército en Llamas era fuerza colosal. Sus acciones no medidas parecían desafiar lo que el pueblo Ciudadano no dejaba de planear. No tenían un algoritmo, no podrían atacar.
Poco a poco la Ciudad en carmín se fué pintando. Derrumbaron sus prisiones, liberaron a sus reos. Muchos de ellos eran seres con calor dentro del pecho, tan felices y concretos como el Ejército de Fuego.
De los pocos habitantes de la gélida ciudad, muchos de ellos entendieron la potencia de no actuar.
Desde entonces, en el centro de la Ciudad Extravagante, hay personas como el agua que vigilan el entorno. El Ejército de Fuego hace luz entre las calles. Los antiguos ciudadanos hacen sombra entre las casas.

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