lunes, 7 de febrero de 2011

Jorobado de Dionisio

El jorobado tiene todo, menos ser sensible. Hay veces que creo, firmemente, que su corazón sólo late por sí mismo. Un amor enfermizo, únicamente superado por su odio, que descarga monstruosamente contra su figura.
El jorobado no siempre está encorvado. A veces, su figura es alta, gallarda, y pareciera ser tan eterna como las montañas, y poseer, en sus cejas pobladas, la misma sabiduría. Vive por momentos entre las nubes, y su fulgor lo llena todo. Lo llena, y cuando se vaya dejará el más insondable de los abismos en la Ciudad Extravagante. Pero parece no importarle. Para él todo es sencillo, funebre y sencillo. Quizás que nunca lo ha pensado de manera seria. O quizás, lo ha pensado demasiado.
El jorobado tiene todo, menos fe. Será que el mundo arrancó de sus manos la esperanza. Aves de rapiña, quizás muy pronto, despojaron de luz el centro de su pecho. Luz que, sinceramente, espero que a momentos brilla, o que brille eternamente. Luz que conservaré, al final de todo.
El jorobado está así, cuando lo decide, y su andar patizambo duele hasta el más oscuro rincón de la Ciudad Extravagante. Cada palabra suya contiene en sí, el poder de clarear el día, o de sumir en la noche al mundo entero. Yo viviré de su memoria, por un tiempo. Después, viviré de su leyenda. Y olvidaré que el jorobado es un ser mutilado, mucho más integro que mi propia deformidad, y haré de él un símbolo de mis batallas...

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