domingo, 24 de abril de 2011

La Gran Mariposa

La brisa de pronto tomó forma de un ventarrón. Era amable y poderoso, como la primavera y su sol paternal. Un batir de alas inmenso lo formaba. Mecánico y orgánico, dulce como un atardecer de otoño, prácticamente melancólico y sencillo.
Lo enorme de su sombra cubrió poco a poco la Ciudad Extravagante. Era frescor y vida, a pesar de la obscuridad que inundó las calles y asfixió las construcciones. Púrpura, como el misterio, era la noche súbita y artificial que invadió el cielo.
Zumbaba, como el llanto de una humanidad endemoniadamente perdida Sollozos de anhelo, sin tiempo ni espacio, que eran música de victoria y redención. Parecía lluvia, y reafirmaba su aspecto con el polen que de sus alas descargaba a la ciudad entera. Polen que tenía lo sacrílego y triste de la ceniza.
Los Ciudadanos interrumpieron sus actividades para admirar el prodigio de la Gran Mariposa. Como un juicio final de belleza incalculable, por un momento, miles de almas encararon la metafísica escrito en las infinitas alas de la mariposa. Sus palabras, inmemoriables, ininteligibles, proféticas, hacían de ella lo infinito del cosmos sobre la ciudad misma.
La maravilla pudo haber durado la eternidad misma, más aún porque cuando partió, algunos eran ya ancianos, pero otros volvieron a la infancia agridulce. Todavía hay quien duda si la Gran Mariposa era una deidad errante, un desafío, una oda, la locura colectiva de una Ciudad que no hace nada más que soñar lo mismo, cuando el sueño debe ser infinito y bello.

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