lunes, 25 de abril de 2011

Jueves de Silencio

Entre los más supersticiosos de la Ciudad Extravagante, existe un rito inexplicable para el observador fuereño, impredecible, fantástico. Sus raices son ancestrales, antiquísimas, quizás tan viejas que ni la misma tierra, ni el mismo cielo, son capaces de recordarlas.
Aunque la mayoría son ancianos, algunos adultos, jóvenes, e inclusive niños, se levantan antes de extinguirse la última luz de las tinieblas, en la hora más oscura de la noche. Se reúnen todos los que aún conservan la usanza antigua, en el Templo de los Ocho Años. ´Llevan velas en las manos, que encienden todos con la flama del más viejo de la campaña. Forman un circulo, y poco a poco, derraman cera en el oído del de al lado. El grito desgarrador del sufrimiento colectivo perturba un poco el sueño del resto de la Ciudad. Para los que efectúan el rito, poco a poco el ruido se los gritos se extingue, aunque el dolor permanece imperturbable.
Al terminar la vela, que es corta y fácil de derretir, los asistentes caminan por las calles, sin percibir sonido alguno, que el propio  latido del corazón y el eco apagado de los gritos nocturnos. Todo el Día Jueves, permanecen con el Silencio Infinito que solamente el sufrimiento puede otorgar.

domingo, 24 de abril de 2011

La Gran Mariposa

La brisa de pronto tomó forma de un ventarrón. Era amable y poderoso, como la primavera y su sol paternal. Un batir de alas inmenso lo formaba. Mecánico y orgánico, dulce como un atardecer de otoño, prácticamente melancólico y sencillo.
Lo enorme de su sombra cubrió poco a poco la Ciudad Extravagante. Era frescor y vida, a pesar de la obscuridad que inundó las calles y asfixió las construcciones. Púrpura, como el misterio, era la noche súbita y artificial que invadió el cielo.
Zumbaba, como el llanto de una humanidad endemoniadamente perdida Sollozos de anhelo, sin tiempo ni espacio, que eran música de victoria y redención. Parecía lluvia, y reafirmaba su aspecto con el polen que de sus alas descargaba a la ciudad entera. Polen que tenía lo sacrílego y triste de la ceniza.
Los Ciudadanos interrumpieron sus actividades para admirar el prodigio de la Gran Mariposa. Como un juicio final de belleza incalculable, por un momento, miles de almas encararon la metafísica escrito en las infinitas alas de la mariposa. Sus palabras, inmemoriables, ininteligibles, proféticas, hacían de ella lo infinito del cosmos sobre la ciudad misma.
La maravilla pudo haber durado la eternidad misma, más aún porque cuando partió, algunos eran ya ancianos, pero otros volvieron a la infancia agridulce. Todavía hay quien duda si la Gran Mariposa era una deidad errante, un desafío, una oda, la locura colectiva de una Ciudad que no hace nada más que soñar lo mismo, cuando el sueño debe ser infinito y bello.

jueves, 21 de abril de 2011

El viejo Faro de Sevilla

En lo más alto de la Ciudad Extravagante, aunque muchos lo hayan olvidado, existe una construcción pálida y delgada. Su cúpula es dorada con los rayos  del sol, al medio día y en la mañana, y en la noche fue luz y vida durante muchos años. Como luz y vida hubo en el delfín de la entrada.
Se podría decir que el Faro de Sevilla nació antes que la Ciudad Extravagante. El brillo que irradiaba llenó por completo el valle donde hoy la Ciudad palpita, y proyectó el aura en las tinieblas de la noche en altamar. Fue el Faro quien egendró los primeros poemas de la Ciudad Extravagante, donde hoy existe el entramado sin sentido que somos.
El Faro es hermoso, aunque destartalado, pero posee lo místico y perenne de lo infinito de antaño. Los ciudadanos nunca vieron al encargado. Se dice que era una creatura de luz, semejante al faro, pero su relación a pesar de esto, era distante.
El quebrar de las olas ahora añora la luz del Faro. Esta en tinieblas la costa, y pareciera que el Faro está en la Ciudad de los ángeles. Suspiro, porque el Faro está extinto, y más que nunca, extraño su luz.

domingo, 17 de abril de 2011

Los Campos de Matusalén

Hay en la Ciudad Extravagante la invisible creencia de que, en el centro del bosque, al otro lado del muro, existe una comunidad silenciosa y eterna. Sus sombras, a veces, acosan a los viajeron, siempre en tránsito, que buscan escapar o entrar en la realidad que plantea la infinitud citadina.
Dicen que son hombres sabios, que esperaron el tiempo adecuado para migrar de sus casas, mansiones, departamentos. En silencio, como vivieron en vida, se dirigieron a la frontera sur de la Ciudad, donde el día es fresco y la noche, helada. Sus pasos fueron livianos, veloces, imperceptibles a la gente. Solamente su madre y su padre, su hermano y su hermana, legal, de sangre o de facto, se percató de la ausencia. Se hicieron como fantasmas, cuando la muerte no había secado sus venas. Se fueron como sombras, a la luz del sol o en las tinieblas de la luna.
Se dice que partieron porque buscaban ser eternos. Pensaron que el esconderse de ella les serviría, pues no hay como la quietud y la belleza para despistar a la guadaña. Que el olor de las flores y los pinos, el rumor de las hojas, el canto de las aves ocultarían su rastro. Por eso se alejaron, viejos y jóvenes, por el miedo y el amor. Así pensaron hacerse invisibles.
Por eso se cree que en el claro más recóndito fundaron los Campos de Matusalén. Que únicamente es posible acceder cuando se está maduro, casi podrido, y no puede haber esperanza o fe en un gramo de su espíritu. Cuando la sabiduría o inteligencia les permite encontrar la puerta, y que de la inmortalidad, no hay vuelta atrás.
Es por eso que, algunos de los que todavía viven en la Ciudad Extravagante, no recuerdan a sus muertos. Solo esperan el tiempo para ser inmortales, allá, en donde la muerte jamás los alcanzará. Donde nadie escucha los llantos, y el sonido de la rama es tan invisible como el sollozo en el mausoléo.

miércoles, 13 de abril de 2011

La balada del Dragón Digital

Cada mañana solía despertar el pueblo sumido en un malestar. Temían de sus casas, sus perros y gatos, sus autos, sus libros, su fe y su trabajo. Pues hicieron suya la triste ambición de hacerle a su monstruo una triste canción. La tarde elevaba y el ser no llegaba, de pies a cabeza la gente temblaba.
Llegaba a ser ya las seis de la tarde y los hombres creían y hacían alarde de haber alejado por fin al demonio de sangre dormido, por siempre, sin techo ni cama, tan solo lejano como una montaña.
Entonces sonaba su trágico paso, terrible, gigante, haciéndo del pobre poblado una mancha tan solo con ver las gigantescas formas del terrible ser.
La Mano Gigante, Dragón Digital, infinita y gallarda, callada y letal, pasaba y sus manos todo lo llevaron. Sus casas, sus autos, sus perros, sus gatos.
La piel era hecha cual fortaleza invisible, tan hecha de engaño, de sangre temible. Sus uñas, tan pulcras, coromadas cual tumbas tomaron lo suyo, lo mío y lo tuyo.
La noche marcaba el final temeroso del dragón digital que no tenía reposo. Robaba y robaba, muy lento, imponente, dejando su huella vital y frecuente. Lo azul y lo guinda, lo gris y dorado la Mano Gigante lo había robado. San Carlos se aprecia de su forma inaudita, la nunca cantada, la sombra perdida.

sábado, 9 de abril de 2011

El Último Discurso del Mendigo Predicador

Su silueta, harapienta, apestosa, de repente comenzó a vibrar, silencioso, con la cadencia irregular y jadeante del llanto. Al principio intentó contenerse, a pesar de lo indigno de su estado, pero pareció necesitar un poco de la libertad que solamente las lágrimas son capaces de dar. Creció su miseria, al grado de que una señora, que pasaba con el mandado recién comprado. "Tome, señor" le dijo, mientras le alargaba un plátano maduro. El señor miró con devoción el fruto, y rápidamente tornó su mirada al de la más profunda tristeza. "Gracias, pero no" respondió secamente.
La mujer preguntó, algo sorprendida, cual era la causa de su llanto. La respuesta que obtuvo le sorprendió aún más. "Lloro porque tengo hambre"
Le alargó aún más lo que le ofrecía "Tengo esto, papas, manzanas y tres blanquillos. Solo esto puedo ofrecer. Tome cualquier cosa"
"Es grande su bondad, señora, pero usted no podría mantenerme de por vida. Mi llanto es así, tan lastimero y profundo, porque comeré un plátano, quizás una papa, su despensa entera. Hoy día, habré saciado mi necesidad. Sin embargo, ¿Qué de humano tiene el hecho de que coma? Lloro porque no puedo cubrir lo más escencial en mi existencia, el acto de sobrevivir para mí es una lucha constante. El sueño, el sexo, la bebida. Para mí todo es difícil de alcanzar, y prácticamente imposible de mantener. ´¿Cómo no llorar así? Quedaron entonces relegadas mis aspiraciones más humanas. Sé leer y escribir, pero soy viejo y tullido. No sirvo para trabajo físico, y el mental está reservado únicamente para los aseados de traje. Ni siquiera el crimen es opción para mí. Lloro porque pensé en ser rico y bello, y disfrutar la vida. Porque quise hospedarme en los hoteles más caros del mundo y beber vino de 50 mil dinero. Yo pensaba que mi vida no estaba tan mal por la libertad y el ruido, y la belleza de la Ciudad Extravagante. Pero el hambre ciega, corta los sentidos. Y esa el más básico de los lujos"
Al terminar, había una gran muchedumbre en torno suyo. Sabía que había terminado lo suyo cuando la autoridad se estacionó cerca, y se aproximaron dos de sus soldados. "Cuando menos ya no será una preocupación la comida" dijo, a manera de despedida.

jueves, 7 de abril de 2011

Prestidigitador

Se cuenta que en las calles de la Ciudad Extravagante, hubo, tiempo ha, un hombre de grandes barbas y bigotes. Se presentaba, sin dar nombre alguno, reseña o seudónimo, en completo silencio. Y su elocuente discurso, sin atisbo de ironía, no le valió un nombre. El asombro de su acto sí.
El Prestidigitador le denominaron a este ser de ficción, semejante a un merolico, a un profeta o a un barón. Su andar era tieso y sus formas mecánicas, aunque nunca se supo si era en realidad un retrógrada o un libertador.
Hablaba con las manos, y los pies, y los ojos. Encantando, y en realidad sus palabras nunca importaron. Desaparecía de los niños sus caramelos y juguetes. De los jóvenes sus libros, de los adultos la paciencia. Siempre tan anciano como niño, el Prestidigitador se hizo de un título, un nombre y una serie de acólitos y acompañantes. Había algunos que intentaron sus actos, y sus manos, lentas y torpes, solamente lograron demostrar los demonios del showman.
Se decía que él tomaba a las niñas más asombradas del público, y con sus manos, despojaba de ellas mucho que sin notar, le entregaban. Ciegos eran los del pueblo, y jamás se permitieron las miradas. Así, extendió lento y silencioso, su reino y maña.
El Prestidigitador fue un día echado de la Ciudad Extravagante, por ser ordinario y sencillo, pretendiendo lo inmortal y sublime. Volvió, canado y con hambre, pero siendo el mismo charlatán que intentaba robar las carteras y las bolsas traseras de los caminantes y curiosos. Pronto volvería a comer, carne y vegetales.

domingo, 3 de abril de 2011

Leviatán

En lo más profundo de la tierra, en una insípida caverna, existe un respirar eterno y monstruoso. Se duele en el pecho, gigantesco, hecho todo entero de esperanzas y sueños. Es un canto lastimero, certero, hecho todo entero para dejar ir los sueños al otrora altamar, al que el titán solía navegar de día y de noche, hace ayeres, millones, cuando el mundo no era tan complejo, y la existencia era lenta y temible. Tiene sed, y de los mares, solamente queda el recuerdo de agua salada plagada de peces y sirenas. Bebe de vez en cuando el llanto de alguno que, esperando, ha quedado complacido con lo que ve y lo que oye. Se alimenta del pasado, y es inmortal.
Tiene la piel crugiente y seca, invisible para el tacto, el tacto, el gusto y la vista. Se ha hecho una con la tierra, con las raices de órganos y plantas. Es su llanto la soledad entera, y el gigante Leviatán, se rrepiende de haber pedido tanto, cuando sólamente fue exigente y no compartido. El Leviatán lo quiso todo, y quedó solo, y su tristeza es eterna, miserable, audible y hermosa. Y su canto es el rumor que en las noches consteladas llena de melancolía a soñadores que le invocan. Talvez cree él que se culto quedó atrasado, pero existe, sigiloso...